sábado, 14 de abril de 2012

LOS DUENDES

Húmedos y diminutos duendes habitan los charcos nocturnos donde se refleja la luna: mientras paseo la noche, susurran a mi oído inconfesables secretos que ni la muerte conoce.
Llegan con la lluvia de noches perdidas para hacer correr por mis venas el alevoso deseo de amar desesperadamente, como la primera y la última vez que se ama, el alma de la inocencia bañada en olvido.

Quiero entonces acariciar ángeles tiernos como el pan recién nacido, desgarrar a besos sus alas de torpes e inmortales aprendices del pecado eterno; volverme serpiente que les alivie el divino y fastidioso peso de la virtud.

Quiero entonces pedir a las inmaculadas palomas que pueblan mis sueños que manchen mi espíritu crucificado en un retrete.

A gaviotas libres de los caminos del viento, pedir quiero su inútil consejo para remontar el vuelo que ellas para siempre olvidaron.

Pedirles con mis cuencas vacías, oscuras como tumbas, que usen sus besos de brisa negra para picotear mis entrañas ansiosas de dolor, mi alma podrida como el cadáver de la paz.

Miro de pronto el alba por la ventana entrecerrada y descubro sin miedo algo parecido a mi sangre, un río interminable de tentáculos encarnados, recorriendo las calles grises, desveladas y sorprendidas por el dulce cosquilleo, la caricia rosada lamiendo ruedas de autobuses, automóviles desvelados y carritos de bebé de la madrugada.

El canto de los primeros pájaros de un parque sembrado de hombres, se confunde con el chapotear de zapatos caros de ejecutivo en su amanecer bursátil, con el triste chapotear de niños muertos que saltan oscuros charcos. Con el sonido apacible y musical de algo parecido a mi sangre, haciendo cascada por callejones, pasadizos y escaleras ciudadanas como el fantasma de un a fuente inagotable...

Mientras, yo muero como cada mañana, sonriendo. Regreso al sueño a esperar, de nuevo, la visita de esos húmedos y diminutos duendes, que habitan los charcos con luna, las noches perdidas de lluvia.
 
JUANJO VEGA HERNÁNDEZ

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