lunes, 12 de marzo de 2012

ENSAYO LUNAR (NOVELA SURREALISTA)


CAPÍTULO I
Tronador rugido que busca alimentar oídos que sólo probaron azúcar (ahora silencio, sólo escucha). Un diluvio de flechas salir desde atrás de una montaña un tanto más alta que mi tranquilidad (creo que eso es lo que veo). Son miles, o quizá millones; digo esto sólo por analogía ya que nunca he visto tantas cosas en una sola imagen. Se están moviendo, vienen hacia mí…están cruzando un cielo oscuro, algo nublado y más pálido que de costumbre.
No sé desde cuándo las montañas expulsan flechas al ver un ser tan diminuto como yo, pero debo tener cuidado, esto puede ser mi fin o peor, puedo sobrevivir. Parecen estar siendo imanadas por algo, algo que no debe ser tocado por ellas o sino no irían tan rápido. Están pasando por arriba mío, esto es fantástico, mi miedo se transformó en admiración; todavía están cruzando el cielo, son muchas más de las que creí.

Están cayendo todas en un mismo lugar, nunca paran, parece como si se auto-alimentaran; es una pena que en mis sueños nunca tenga una cámara a mano, esto valdría millones. La gruesa banda de flechas está disminuyendo su andar, cada vez son menos; las personas que las deben haber lanzado desde atrás de la montaña deben haber cumplido su objetivo, valla uno a saber cuál era, quizás sólo distraerme o engañarme. Tengo miedo, esa no es la palabra pero en medio de tantas palpitaciones se hace difícil pensar. La montaña es alta, pero no lo suficientemente ancha para no atravesarla en algunas horas y poder averiguar qué era lo que había lanzado esas crujientes flechas. Dejaré aquí el relato y continuaré cuando haya llegado al pie de la montaña.
Llegué, deben haber sido unos seis o siete kilómetros de caminata y observación; mi estado físico no ayuda demasiado pero por suerte aquí la fatiga no es un problema.
El camino fue casi desértico con algunas que otras piedras de colores extraños y cuerpo indefinido, algo aburrido a mi gusto pero después de tanta acción debo decir que estoy satisfecho y sólo puedo quejarme del hambre que da hacer este trabajo. El lugar en el que me encuentro en este momento es comparable con la Cordillera de Los Andes sólo que mucho menos ancho; me arriesgaría a decir que el diámetro de la cadena es de sólo cien metros. Cuando la atraviese podré averiguar lo que sucede allá atrás. Nada parece distinto por aquí, la noche le va abriendo paso a sus lunas –siete son en total las que giran en la órbita de éste planeta- y la iluminación de las mismas ayuda bastante a poder visualizar este, seguramente, virgen terreno.
Creo haber avanzado la mitad del camino hacia el otro lado. Nada digno de nombrar ha ocurrido hasta ahora y espero que al menos por unos momentos siga así. Si no fuese porque me pagan mejor que a cualquier idiota por hacer esto, estaría en mi sillón escuchando algo de buena música con algún whisky de por medio. Pero no desviemos el deber. A veces hasta los tontos deben justificar sus sueldos. Mi vista se va aclarando al llegar al final de las montañas. Puedo decir que hay mucha luz del otro lado, no sé qué la puede estar provocando, quizá sea alguna clase de criaturas extrañas las que se encuentren del otro lado, o tal vez no sea nada… tal vez todo sea una maldita confusión y despierte en mi mesa con olor a escocés y con una mujer poco tranquila regañándome por no haber subido a dormir de vuelta.
Pero tengo que comprobarlo, debo ver lo que hay del otro lado para así despejar las dudas de hoy. Oh, personas…eran personas. No avanzaré más, nunca he sido visto por otro ser en estos lugares y hoy no será la excepción. Espero no ser descubierto o me llevaré una sorpresa. Si las lunas no están alumbrándome mal, todos tienen una fina rama en la mano y están vestidos de negro. Si…he visto muchos de estos en mis libros, son magos y están preocupados. Ceo haber entendido sus palabras: dijeron que las flechas sólo eran una práctica por la inminente batalla. Ja, locos!
Son alrededor de treinta y hay uno que parece ser el jefe. En este momento su varita está apuntando al cielo. Si no veo mal se está abriendo… una buena comparación sería la visión de un pequeño pollito que ve como lentamente se quiebra su cascarón.
El exterior es algo normal para estar aquí. La abertura está tomando dimensiones mayores y lo que se ve allá afuera no es del todo definido. Es… algo rojo con algunas estrellas de por medio, digamos que de un color amarillo. Cada vez que parpadeo el matiz del color nombrado va bajando un tono. Probablemente deseen estar aquí conmigo viendo esto, pero puedo asegurarles que no es tan bueno ni tan inspirador como parece. En estos lugares el aire es mucho más denso que allá abajo. Si quieres puedes tomar un puñado con la mano y lo podrás ver, como ves todos los días ese noticiero.

El anterior relato fue escrito por Danlor Nafroc, hijo de Marsil Nafroc, el famoso médico que ya no es recordado como se debe por distintas razones que no vienen al caso y que, allá por el año 2024, descubrió la cura contra el cáncer. Según se dice, Danlor había heredado un don de su padre…uno muy poderoso pero que al mismo tiempo causaba grandes confusiones en su vida y que él no estaba muy orgulloso de tener, como se nombra arriba. Si no fuese por el buen dinero
que este joven recibía a cambio de los tortuosos pero, en algunas ocasiones, magníficos trabajos que realizaba para una empresa con fama de secta secreta entre los ciudadanos de la ciudad de Nuesob Iresa, ya los habría abandonado y se hubiese dedicado a su pasatiempo preferido: la escritura de ensayos dramáticos y a veces terroríficos que iban a parar a las mentes de los estudiantes del humilde Teatro ‘La Brisante’, del cual hablaremos en otras líneas.

Danlor, era un joven de unos treinta años de aspecto descuidado y con una mediana barba que apenas dejaba ver sus labios. Nada interesante ocurrió en su infancia, ni es su adolescencia, exceptuando los sueños que empezó a tener con frecuencia a partir de los cinco años. Su madre era el familiar más allegado a él, ya que su padre pasaba largas horas en el laboratorio del fondo de la casa realizando experimentos que luego de unos cuantos años terminaron siendo uno de
los mayores hallazgos en la historia de la medicina. Ella nunca prestó atención ni trató de escuchar los relatos de su hijo en donde él decía que visitaba planetas que se encontraban a una distancia científica de la Tierra. Como es lógico, cualquier madre que escuche una cosa así de su hijo, pensaría que su imaginación se está desarrollando con una gran amplitud, pero sólo eso.
Nada que le quite el hambre ocurría cuando una y otra vez su hijo trataba de describir, a su corta edad y con la mayor claridad posible, las alucinantes y a veces temerosas aventuras que el pequeño Dan vivía por las noches. De la relación con su padre mucho no hay para escuchar. Siempre estuvo opacado por sus trabajos y en sus malos días trataba de frenar su adicción a las pastillas para dormir. Lamentablemente, esta fue una de las razones que lo llevaron a la decadencia. Ya consagrado como médico y con un puñado de millones en cada dedo, reveló cuál era su secreto en un importante programa de tv. -Luego de unas cuantas pastillas para dormir me sumerjo en sueños inalcanzables en los que seres increíbles de desconocidos planetas me revelan fórmulas que ustedes, tontos, no son capaces de imaginar –dijo como quien responde a un grave insulto-. Y ese fue su fin, por su puesto.
Nunca volvió a ser tomado en serio por alguien, y al día de hoy pocas son las personas que lo recuerdan. Marsil Nafroc murió unos cinco años después,
hallado muerto en su laboratorio por causas que aún se desconocen. En la actualidad, su descubrimiento (llamémoslo así por ahora) sigue salvando vidas.
Continuará...
FRANCO ROLDÁN

1 comentario:

Patricia N. Viollaz dijo...

Para leer de noche, sin duda. Esperando el segundo capítulo.