sábado, 28 de enero de 2012




EL SUEÑO BAJO CONTROL




Hoy Carmen ha dejado de tomar pastillas para dormir. Por cierto, aquellos ansiolíticos la estaban acabando y su cerebro, o su estado de perpetua ansiedad, le pedía cada vez más altas dosis de aquella traicionera droga que vuelve a uno esclavo de sus propios sueños. O de sus propios desvelos. En los últimos tiempos, permanecía inconsciente durante muchas horas y apenas avistaba la luz del sol. Era evidente que la depresión que sufría la mantenía presa de los fármacos y, sin nadie alrededor que velara por ella, iba cayendo aceleradamente hasta los fondos de un trágico final.
En fin. Era la primera noche. Noche de prueba. Carmen y su lánguido cuerpo ya están en la cama y se pregunta, se preguntan ambos, ella y ese aspecto fantasmal que era su sello distintivo, dónde ubicar esa noche agolpada en la duda y aquella sensación de desnudez que implica para un adicto prescindir de aquel veneno letal que, agazapado, espera el momento de atacar.
Así pues, se dio una oportunidad. Se dio la chance de la libertad. Si lograba conciliar el sueño de manera natural habría ella ganado una batalla interna, una guerra contra sí misma iniciada luego de la muerte de su esposo a tan temprana edad. Carmen había quedado sola, enterrado ya su amor. Para colmo de males, y a sus jóvenes aunque avejentados 35 años, vivía de la renta que le proporcionaba una quinta descuidada y antigua, herencia de su padre. Ello significaba (o más bien le servía de excusa) quedarse en casa prácticamente en forma constante sin tener demasiado contacto con el exterior, con un mundo de oportunidades que, para ella, sólo era un espacio extraño y vertiginoso.
Así las cosas, sabía Carmen que debía hallar algo que hiciera las veces de protector contra el insomnio, contra los malos recuerdos, contra la terrible certeza de que la vida que le había tocado, o más bien la que ella misma se había boicoteado una y otra vez, había pasado sin más. Pues bien, desechados por imposibles los proyectos a largo plazo o las expectativas de una existencia menos desapercibida aún para ella, eligió el sosiego de la oración religiosa como única compañía pasible de darle algo parecido al placer.
Tuvo que hacer, en primera instancia, un perturbador esfuerzo por recordar aquellos rezos que en su infancia, etapa dorada y quizás la única con algo de sentido, habían sido crueles castigos contra la desobediencia y hoy, paradoja del destino, parecían ser la vía de escape de esta vigilia errante. Sin duda, los pedidos, súplicas, agradecimientos y enumeraciones de las infinitas maneras del sacrificio que implican la comunicación con Dios deben haber sido más que efectivos puesto que al cabo de un rato Carmen, su piel seca, su descuido elevado al punto del asco, toda ella, se había dormido.
Y ya está la solitaria criatura con los ojos cerrados y la boca entreabierta, emanando un leve pero despreciable aliento, con el rostro ensimismado en una misteriosa expresión, durmiendo de costado. Su mente está ya en pleno estado de nirvana. Empieza a soñar... Se va hundiendo más y más dentro de sí... Su pensamiento nada, tal vez flota, buscando algo que no sabe bien qué es. Sólo parece moverse sin ton ni son. De repente, observa una escena familiar del pasado: está con Ever, su marido, conversando animadamente pero tiene la absoluta seguridad de que el hombre, "su" hombre, va a atentar contra ella.
Sin embargo, no es esa horrible certidumbre lo que más la sorprende y la deja en un estado de shock emocional sino que hay algo más que le hiela la sangre, que la deja en un estado casi catatónico dentro de su propio sueño, o pesadilla. Algo que jamás imaginó que podía ocurrirle a ella y que acaso le da la pauta de que por fin algo, por espantoso que sea, le sucede dentro de su insondable soledad y abandono. Se da cuenta, aterrada, de que lo que está viviendo es, en efecto, un sueño.
De repente, tiene Carmen la real conciencia de estar mentalmente ubicada en esa pesadilla de la que no puede salir, o despertar. Quiere volver a la vigilia pero entiende luego que no puede controlar el momento en que vaya a recobrar la lucidez. Por primera vez, desea con todas sus fuerzas volver a refugiarse en su aburrido y reposado presente, en la tranquilidad de sus monótonos minutos y horas desechadas nomás.
Pero no puede escapar. En ese instante, divisa a Ever viniendo hacia ella con dos copas, una en cada mano, envuelto en una especie de nebulosa. Se acerca el amante y propone un brindis a modo de celebración del sentimiento compartido pero Carmen, el horror hecho carne, presiente o sabe, acaso por esas cosas que tienen los sueños, que la copa de ella contiene un potente veneno, tan atroz por lo tóxico que acabaría en un momento con sus desdichas y su infierno en la Tierra. De golpe, una idea pone a la víctima en una desesperada controversia: qué hacer para salvarse puesto que, como gran y única ventaja, ella "sabe" que está soñando por lo cual tiene el poder absoluto de manejar aquel estado de situación incluso si quisiera vengarse del traidor.
Entonces, piensa...reflexiona rápidamente e infiere que, dado que no se trata de la vida real, qué peligro podría correr al tomar la bebida ofrecida por el maldito. Al fin y al cabo, tomaría del mortal trago y luego desfallecería para más tarde volver en sí y comprobar que todo había sido producto de su macabra imaginación. Así lo hizo. Tomó la copa y bebió lo que había en ella. Mientras tanto, observaba el rostro de aquel ingrato. Se veía escalofriante a estas alturas. Carmen no lo había notado antes. Recién cuando bebió el fatal brebaje se le ocurrió explorar la cara de su matador. Las facciones estaban desmesuradamente marcadas, casi dibujadas, el color de su piel era tan rojizo y brillante que podría decirse que estaba en carne viva. Era realmente una visión horripilante.
De todos modos, mantuvo la calma y se dijo a sí misma que todo culminaría muy pronto y se levantaría de la cama, saldría a la calle, recorrería la ciudad, iría de compras, hablaría con los vecinos e intentaría recuperar algo de los años que se le habían difuminado en medio de amarguras e inapetencias. A fin de cuentas, mucho habría que agradecerle a este acontecimiento tan extravagante porque la había sacado, nada más y nada menos, que de la triste cotidianeidad en la que reposaba su desidia y le había demostrado que afuera la esperaba un sitio alocado e inseguro, donde no puede uno saber si lo que viene es bendición o perjuicio, donde no sospecha uno qué va a pasar después de la última exhalación de aire pero, precisamente, aquello era lo que le daba algo de sabor a tan insulso existir. Y, en definitiva, querría ella enterarse del motivo y la razón de su estadía en este planeta. Para ello, solo restaba vivir. Vivir con todo. Sólo probar la vida, probar el gusto de un fracaso o de una desilusión, intentar cumplir un deseo, o darse la oportunidad de sentir algo más que nada. Todo eso se dijo a sí misma, se habló como nunca jamás, y encontró las respuestas dentro de ese desopilante encuentro con el ser que alguna vez había amado tanto.
Luego, despertó tal cual lo había planificado y sintió un soplo de aire tibio en el alma. Todo sería diferente a partir de ahora. Por alguna causa, Carmen había cambiado y su espíritu tenía la bravura del galope de un caballo salvaje. Con ese empuje, intentó incorporarse de la cama pero fue detenida.
¡Por el amor de Dios! ¡Cuánto se había equivocado! ¡Cuánto había subestimado aquella experiencia! Carmen había sido beneficiada (o maldecida) con el poder de decidir el rumbo de su sueño y no lo había sabido utilizar. Pudo haberse defendido del criminal, preguntarle por qué quería darle muerte a ella, justo a ella que se había hecho añicos en vida. Pero ya era tarde, muy tarde. El designio se impuso y la fugaz esperanza de Carmen de torcer su suerte ya no tenía caso.
Tendida en su lecho de muerte, infinitamente desvalida, la infeliz comenzaba a padecer los primeros síntomas de envenenamiento.



Patricia N. Viollaz. (Cuento inédito)

3 comentarios:

Franco dijo...

me gusto! ya te lo comentare cuando nos veamos

Arturo dijo...

Está muy bueno el argumento. La descripción de la accción está bien llevada. Puesto que se trata de un texto inédito, entiendo que seguirás con su corrección. En mi humilde opinión, podrías probar con algunas frases más cortas, a ver si te gusta más como te queda. No es necesario modificar lo que se quiere decir, solo que al leer párrafos más cortos, las ideas que se comunican se tornan más concisas.
Tenés que aprovechar esa imaginación que poseés para escribir más textos. Cuantos más, mejor.
Saludos.
Arturo.

Édgar Ahumada dijo...

Hola, Patricia,

Usar la forma del narrador omnisciente nos brinda la posibilidad de crear universos, situaciones, tiempos (y no requerimos presupuesto alguno).

En "El sueño bajo control" me gusta que a través de Carmen, y casi al final, haya ese "ser-no ser", lo que podría suceder y lo que de hecho es (también pienso que en ese sentido el cuento puede dar más aún, y aquí es donde coincido con Arturo: la redacción compacta nos beneficia mucho en cuanto a contundencia. No se pierde nada haciendo la prueba, mira cómo está escrito el "Episodio del enemigo", del maestro Borges, por ejemplo).

El tratamiento de tus personajes coadyuva a esa confusión entre presente y pasado, haciendo sólida tu historia, ya que es un recurso consciente tuyo, donde uno de los elementos más consistentes es la intriga.

Mención aparte dejo en claro que si yo mismo hubiese querido escribir este cuento, no sería nada bueno comparado con tu trabajo, te felicito, sólo te doy la opinión sincera de un lector.

¡Saludos!